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Historia Tuna de la ESAP
Nuestro inicio se da en el mes de febrero del año de
1989, cuando mi universidad contrató al tuno javeriano, Edgar García, para organizar
y dirigir musicalmente nuestra agrupación. Edgar, apodado “Chorro de oro”, era
amigo de la entonces Secretaria General de la ESAP Martha Cilia
Nieto López quien algunos años antes de este proceso
para la fundación de nuestra Tuna, había decidido que se realizara un Festival
de Tunas en el que participaron la Universidad Católica, La Escuela de
Administración de Negocios -EAN- y la Universidad la Gran Colombia; la
Secretaria General con gran acierto buscaba motivar a la comunidad estudiantil
para que formara la Tuna de la Universidad.
Este
hecho y el apoyo muy entusiasta de la coordinadora de Bienestar Universitario,
generó expectativa entre los estudiantes, aunque por ser tan pequeña, pública y
con alta influencia ideológica de la Universidad Nacional (pues se sentía y se
veía que muchos educandos preferían otro tipo de expresiones culturales, otro
tipo de agrupaciones, canciones de “música protesta”, etc.), y al hecho de que
muchos de ellos estudiaban tanto en la Nacional como en la ESAP de manera
simultánea, no era nada fácil ni se veía perspectiva de poder crear una Tuna.
Sin
embargo, se realizó una buena convocatoria, se pegaron avisos y se abrieron
inscripciones; recuerdo que nos registramos más de 50 estudiantes, la gran
mayoría hombres. Luego de esto se procedió a realizar la selección a través de
una sesión en el auditorio Camilo Torres de la ESAP. Hubo de todo, fue algo muy
gracioso porque se podía encontrar estudiantes con muchas cualidades, pero no
gente que supiera de música, y muchísimo menos músicos. Algunos pocos tocaban
empíricamente una que otra canción en guitarra, yo era uno de ellos, y también
había aprendido de forma muy básica tres canciones desde la época del colegio y
en medio de mucho nerviosismo y vergüenza, subí al escenario y las canté. De
esta forma y después de muchas audiciones fuimos seleccionados 11 integrantes,
de quienes realmente el único que sabía de música era Jairo Salazar quien
tocaba el acordeón y había pasado muchos años en seminarios en esas lides,
aprendiendo de teoría musical. Afortunadamente para la Tuna, nunca se ordenó
como sacerdote.
Edgar
dirigió todo y finalmente los escogidos fuimos: Leonardo Ruiz, Jairo Salazar,
William Jiménez, Luz Amanda Viviescas, Bernardo Aguas, Olmedo Rivera, Heriberto
Amado, Manuel García, Zoraida Rojas y Hernando López, bajo la dirección de
Edgar García.
Iniciamos
el proceso muy entusiasmados y “Chorro” nos indicó: “…tenemos que hacer el Acto
de Fundación de la Tuna y ustedes son los fundadores…”
La
TUNA ESAP la fundamos el 25 de febrero de 1989.
atrás: Hernando López, Bernardo Aguas, Heriberto Amado.
Nuestra primera presentación fue en la Biblioteca de la ESAP el día de la secretaria, el 26 de abril del mismo año.
La inexperiencia cobró sus dividendos durante los primeros años: nerviosismo, temor escénico, inseguridad, mucha timidez, carencia de liderazgo, que conllevaron a cometer errores de todo tipo. A esto hay que añadirle que, siendo la primera Tuna de una Universidad Pública, las presentaciones en la misma fueron muy difíciles por el tipo de audiencia de las universidades públicas, contrario a nuestras presentaciones en universidades privadas dónde fuimos muy bien recibidos.
Es preciso aclarar que esta es una actividad que han elitizado las grandes universidades (Javeriana, Andes, Rosario, Externado, Sabana).
Con el paso del tiempo Edgar nos iba contando y nos indicaba algunas particularidades que él vivía en su Tuna, pero que ante mis constantes preguntas e inquietudes sobre el tema de las Tunas y sobre muchos aspectos, como el origen - de los cuales “Chorro” no tenía toda la información-, me relató que esa versión la había escuchado de un sacerdote javeriano que había viajado a España hace muchos años (50´s) y que había visto este tipo de estudiantes universitarios que hacían un tipo especial de música y lucían unos trajes muy particulares, lo cual le pareció que en su universidad debían tener algo similar. Grosso modo, así nacieron ellos, me contaba “Chorro”.
Edgar
tan sólo duró un año con nosotros, pero fue muy importante ya que él con su
carisma sembró el gusto de la Tuna en nuestro grupo. Cuando nos informó que no
podía continuar debido a su cercano matrimonio, tuvo la cortesía de invitarnos
a los dos integrantes más entusiastas de nuestra Tuna a la serenata que la
Javeriana le daría a su novia y futura esposa.
En
mi cabeza no cabía la idea de yo ser parte de un acontecimiento de esa
magnitud, ya que las diferencias entre lo que ha significado la Universidad
Javeriana en la historia del país frente a la pequeña ESAP en esos momentos,
eran monumentales, y mucho más siendo yo tan sólo un novato en esas lides.
Así
que me llené de coraje y valor, y decidí ir ante el honor que se me ofrecía.
Fue
de esta manera que, el día señalado, con mucha timidez llegué a la sede propia
de la Tuna Javeriana que en ese año quedaba en el primer piso de un edificio
sobre la famosa carrera 7ª, frente a la misma universidad.
El
primer impacto fue ver una innumerable cantidad de personas entre Tunos,
“bultos”, acompañantes, invitados como yo, entre otros, que formaban una
algarabía en medio de una bohemia que jamás había presenciado.
Pregunté
en la entrada al grupo de personas por Edgar García, y nadie lo conocía ni daba
razón de él; me preocupé porque creí que había perdido el tiempo yendo hasta
allí, y que realmente era una falsa ilusión, que tal vez Edgar lo había dicho
en un momento de entusiasmo, pero que esos eran eventos reservados para gentes
de las universidades privadas de élite.
Volví
a preguntar y las personas me hacían “caras” de extrañeza dándome a entender
que estaba en el lugar equivocado, que era un advenedizo.
Con
gran desilusión y ya decidido a irme del lugar, me vino a la mente ese
sobrenombre de Tuno que él nos había explicado hasta sus orígenes, y les dije:
¡Chorro de Oro!,
a
lo que cambiaron sus rostros y dijeron
¡Ah
claro! ¡Chorro!,
¡un
momento!
Alguien
se adentró en su búsqueda y seguí esperando en la puerta de la calle. Al cabo
de un rato apareció Edgar con una gran sonrisa y me recibió con un gran abrazo,
el cual, además de la sorpresa, me dio ánimo para ingresar sin tanta timidez.
El
lugar era muy amplio, con muchos muebles: grandes, sofás, sillas, mesas con
floreros, foto murales de la Tuna en la paredes, alfombras, adornos y salones
en los que se encontraban grupos de las gentes que describí anteriormente;
parecía un club privado, y las características de todas las personas daban a
entender de sus posiciones sociales y económicas; mujeres atractivas, algunas
muy bonitas, invitados muy elegantemente vestidos y los tunos con su atuendo
javeriano.
Al
poco rato llegó el otro invitado de mi incipiente Tuna, lo cual me dio algo de
ánimo, en medio de la soledad que sentía. Durante un buen tiempo me deleité con
las canciones que iban ensayando, pero que, por la parafernalia, se veía que no
era un ensayo formal; más bien había grupos esparcidos por todo el lugar, que
tocaban melodías diferentes, en un ambiente de diversión. Al filo de la media
noche, comenzaron a manifestar que ya era hora, y comenzaron a tomar sus
instrumentos, capas y demás, y poco a poco fuimos saliendo del lugar.
Ya
afuera observé vehículos de alta gama los cuales iban abordando según las
amistades. Yo sentí temor y cierta vergüenza al no saber para dónde ir,
interpretando que hasta allí llegaba nuestra invitación, por lo me hice un poco
retirado esperando que se fueran yendo para disimuladamente tomar un taxi e
irme a mi casa, pues en ese medio era algo vergonzoso no tener carro propio,
aun hablando de estudiantes de la javeriana.
Estando
en esas, Edgar nos detectó y nos llamó:
¡Leo!
¡Ven!
Nos
acercamos y nos expresó:
¡Ustedes
vienen conmigo!
Lo
cual me dejó más frío que la medianoche bogotana.
Nos
ha llevado a un coche antiguo, clásico, de un lujo y hermosura sin igual;
apenas cupimos.
Con
el techo descapotado comenzamos a recorrer calles hacia el norte de la ciudad,
era tanta la emoción que nunca sentí la helada brisa de esa noche, hasta que
llegamos al lugar indicado: una inmensa casona tipo republicana, que ya se
encontraba atiborrada de invitados.
Afuera
los tunos se fueron organizando; uno de ellos iba al frente de cada tuno o
“bulto” y afinaba de oído cada una de las guitarras, su aspecto era de mucha
seriedad; una a una iba dando aprobación a su sonido de afinación.
Luego
otro Tuno habló en voz alta y golpeó varias veces la pandereta que portaba,
todos comenzaron a agruparse, eran más de 60 integrantes; mi emoción ante esta
nueva experiencia crecía poco a poco, nunca había visto algo así.
Ante
la indicación que daba con su brazo extendido hacia el cielo de noche clara y
haciendo vibrar fuertemente la pandereta, todos hicieron silencio, y al
escuchar el golpe seco de la misma y enseguida dando el ritmo de la canción,
comenzó una fuerte, sonora y bonita melodía y armonía musical en total
sincronía de guitarras, bandolas, contrabajo, violín, panderetas, triangulo,
entre otros instrumentos.
Tiempo
después descubriría que ese era el himno de la Tuna Javeriana,
Lentamente
fueron caminando e ingresando en dos filas a la gran mansión, que evidentemente
era un club cuyo nombre no recuerdo.
Con
tanta aglomeración y considerándonos invitados no prioritarios, apenas
accedimos a la amplia entrada del lugar, desde donde pudimos apreciar un
espectáculo totalmente novedoso para nosotros, con un gran nivel musical,
prácticamente eran todos músicos, que disfrutaban sin igual ya que dejaban sus
renombres de médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, gerentes, entre muchas
otras profesiones, por el de tunos javerianos.
Yo
pensaba que mientras que yo apenas estaba intentando aprender a tocar algo de
guitarra y a cantar apenas medio afinado algunas pocas canciones, cuánto tiempo
me tomaría llegar a este nivel, y como buen soñador, me ilusionaba pensando en
que mi Tuna de la ESAP llegara a esta altura algún día.
Esas
imágenes de música, baile, voces, vestuario, mujeres elegantes y bellas,
sonidos afinados, me erizaban la piel de la emoción que me suscitaban, eso
quedó en mi mente por siempre y se convirtió en una obsesión: a partir de ese
momento decía que quería hacer de la Tuna ESAP algo igual o mejor que la Tuna
Javeriana.
Con
el paso de los meses descubriría que ésta era una versión de Tuna muy de ellos,
y que de ninguna manera era la original y maravillosa Tuna que descubriría dos
años después.
Con
esta idea en la cabeza, no desaproveché la ocasión y con la percepción que me
había quedado de quien les había afinado las guitarras al inicio, y quién fuera
quien después entonó un gran “sólo” de la canción “Mi niña bonita”, concluí que
esa era la persona señalada. Así que con habilidad me acerqué en determinado
momento a “Chorro”, y le pedí que me presentara a ese Tuno, ya que yo
consideraba que sería ideal contar con él como director musical en la ESAP.
“Chorro”
me respondió:
“! Kakayo es muy bueno, yo te lo presento y
hablas con él!
Convencer
a un Tuno de la elitista Tuna Javeriana para ser el director musical de la
incipiente Tuna ESAP, en reemplazo de Edgar García, era algo casi inconcebible,
que no le cabía a nadie en la cabeza. De hecho, “Chorro” había llegado a la
ESAP por un favor muy rogado (como nos había contado él), que la había venido
haciendo la Secretaria General de la ESAP, la abogada javeriana Martha Cilia
Nieto.
No
sé cómo, no recuerdo con qué argumentos, pero sí que conozco de mi capacidad de
persistencia, que, sumado a la pasión musical por la Tuna de ese momento, logré
contra todos los pronósticos, persuadir a alguien con los pergaminos de
“Kakayo”, para que nos dirigiese. Poco después supe que su nombre era Juan
Carlos López, y así iniciamos una amistad entrañable hasta su partida al
exterior.
“Kakayo”
duró cinco años con nosotros dejando grandes aprendizajes, pero por sobre todo
una gran amistad.
De
la misma manera, hice la misma tarea, tal vez similar estrategia, cinco años
después, para conseguí traer a otro icónico de la Javeriana, nada menos que a
“Repollo”, Camilo Fernández Faccini, un excelso interprete de la bandola, tal
vez el mejor que ha tenido la Tuna Javeriana, quien reemplazó a “Kakayo”.
Con
el tiempo y después de muchas conversaciones coincidimos en que mi papá había
trabajado en una de las empresas de la familia materna de Repollo, los Faccini,
y fue de gran recordación ese capítulo.
Tan
sólo duró un semestre con nosotros, tenía muchos proyectos personales, era una
persona “de mundo”, finalmente, e igual que “Kakayo”, se radicó en los Estados
Unidos.
A
ellos también les indagaba por los orígenes de la Tuna, pero repetían de forma
más corta lo que ya me había contado “Chorro”, o sea que en ese tema no había
nada nuevo.
En
mi mente no encajaban muchas de esas historias, sentía que faltaban muchas
cosas, y mucho menos la adaptación que ellos le habían dado a cosas como por
ejemplo la palabra “bulto”, con la que llamaban a los nuevos integrantes (y que
nosotros copiamos en nuestros inicios), el vestuario que usaban, ya que era un
pantalón negro de vestido formal moderno, con una camisa blanca con bordados en
cuello y muñecas de las mangas y sobrepuesta sobre ambos hombros una capa negra
llena de cintas estampadas en diferentes colores y con letreros de diversa
índole, que terminaban en una flor en la parte superior y finalmente unos
zapatos formales de color negro y en el pecho una beca de color rojo llena de
pines de los más variados motivos.
Nosotros
copiamos exactamente igual esas características de la tradición de la Tuna
Javeriana, y de hecho todas las “tunas” en Colombia lo venían haciendo desde
hace muchos años, ya que era la más prestigiosa en el país y de alguna manera
queríamos ser como ellos. Pero no me podía quedar quieto con tantas dudas e
inquietudes, no cuadraban muchas cosas en esa historia.
Debo
resaltar que siendo un estudiante destacado que frecuentaba la Biblioteca
Pública Luis Ángel Arango del Banco de la República -BLAA-, en pleno centro
histórico de Bogotá, en algún momento de estudio de mis temas de Administración
Pública, y con muchos libros sobre una de las mesas, recordé eso que me daba
vueltas por la cabeza; así que me levanté y fui a los ficheros de la época a
investigar sobre el tema.
Busqué
y busqué la palabra TUNA en los pequeños cajoncitos de madera con fichas de
cartulina amarillentas, pero por ningún lado apareció nada, me desanimé
bastante, debo reconocerlo.
Pero
tiempo después con la llegada de pantallas y sistemas de búsqueda por
computador, reinicié mis pesquisas; pero de nuevo, nada, la palabra Tuna no
existía en la biblioteca más grande e importante de Colombia.
En
esos días de incesante búsqueda, por alguna razón, por algún tipo de asociación
que mi cerebro articulaba, comencé a buscar en las pantallas la palabra universidad
y de manera simultánea aparecía la palabra estudiantes, siendo así que
comencé a pedir esos libros que reportaba el incipiente sistema computacional
de información de la biblioteca.
Debo
recordar que también fui a otras bibliotecas tales como la Biblioteca Nacional
y algunas más locales, pero en esas la información no existía de ninguna
manera. Era claro que, si no encontraba en la BLAA, pues, definitivamente no
existía nada sobre las Tunas, por lo menos en Colombia en esos años.
Volviendo
a nuestra historia, comencé a leer los libros seleccionados sobre las
universidades, fueron días y días concentrado en las mesas de la biblioteca,
esto se me había convertido en una pasión, pedía y pedía libros, muchos no tocaban el tema,
pero poco a poco, semana tras semana, fui decantando los que hablaban de las
universidades y de allí comencé a ir más atrás, hacia los orígenes, y “voilá”,
comenzaron a aparecer descripciones de los estudiantes medievales, los
goliardos, las largas caminatas desde distintas regiones de Europa en
plenos siglos XI, XII y así sucesivamente.
Algunos
libros aparecían en castellano antiguo, el cual no es tan ágil de leer, y
muchos apartes en latín, continué indagando por el origen de la Tuna,
encontrando que es el mismo origen de la Universidad: la una nació con
la otra.
Cuando
escribí las primeras partes de este libro y lo di a conocer en borrador a
estudiantes y compañeros de trabajo de la ESAP en aquellos románticos año;
ellos quedaron muy sorprendidos y admirados al conocer una historia tan bonita,
original y tan diferente a lo que nos habían contado y tergiversado hasta esa
fecha.
Pero
hubo una persona, a la que estimo mucho, un colega de la ESAP quien fue el que,
con toda su efusividad, positivismo y alegría, me dijo:
¡Leo!
¡Escribe
un libro Leo!
¡Con
eso tienes para escribir un libro!
Y
ese fue el impulso y motivación que me llevaron a esta tarea.
Él
es Joaquín Ruiz, quien a pesar de tener mí mismo apellido no es de mi familia,
Joaquín participó varios años de nuestra Tuna, en los primeros enseguida de la
fundación, y guardamos gratos recuerdos especialmente por ser tan excelente
persona, tan buen ser humano, tan entregado a la Tuna, porque al estudio no
mucho, era todo un goliardo moderno: como característico estudiante de la ESAP
tenía que rebuscarse la vida.
Así
fue como mi historia se difundió como “pan caliente” en mi universidad, y al
ver la gran aceptación decidí hacer 500 reproducciones en una presentación muy
atractiva y con la facilidad de que se leía en una sola sentada: eran apenas 30
páginas.
Las
envié a las universidades que tenían agrupaciones de este tipo en ese momento,
obviamente una de ellas fue a la Tuna Javeriana.
Con
gran tristeza y dolor, debo reconocerlo, observé que, en la portada de la
página oficial de la Tuna Javeriana en la Web, tomaron un texto muy importante
de mi libro y lo copiaron tal cual, “copy page”; pero por ninguna parte
escribieron mi nombre, ni que era de mi autoría.
Desde
ese momento comprendí, que el “juego sucio”, era parte de este pequeño mundo y
que se había tomado el contexto de la mayoría de las agrupaciones tipo Tuna.
En ese momento tomé la decisión de registrar mi libro en la Dirección General de Derechos de Autor del Ministerio del Interior y afortunadamente allí conservo los derechos sobre esta obra.